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Penang, la Perla de Oriente.

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Penang, la perla de Oriente. Así la llaman, aún no sabía el porque mientras viajaba en el avión hacia ella, esa isla en el noroeste malayo. Lo poco que sabía de este nuevo destino era la riqueza de su gastronomía, razón más que suficiente para ir a cualquier lugar. Pero lamentablemente, mi arribo a este paraíso gustativo estaba teñido por un gran temor, que me podría hacer abandonarlo sin dudarlo un ápice: estando a dos días de la final Argentina-Alemania, sólo permanecería en Penang si encontraba al menos a un argentino más. Me propuse en el avión irme de allí si en un día no lograba mi cometido, pocas eran las ganas de soportar la adversidad y los nervios del partido yo sólo, rodeado de alemanes. Y me tomó afortunadamente apenas unas horas el encontrar a Vero, mi única compatriota en aquel emotivo y  tristísimo día.





El trámite de entrada a Malasia fue, una vez más, algo simplísimo. Portando la camiseta argentina, fui objeto de muchos saludos, felicitaciones, y buenos augurios. También de tímidas sonrisas mientras alguno que otro me confesaba hinchar por los teutones. Aún esto no me molestaba; ya luego de la derrota, o incluso en la noche del partido, no soportaba ver a gente que nada tenía que ver con Alemania usar esa asquerosa camiseta blanca. La inestabilidad emocional de la jornada me hizo suma y estúpidamente vulnerable, y cualquier cosa que en otro momento apenas me hubiera inquietado, era ahora razón suficiente para hacer surgir mi enojo, furia irrefrenable, y gritos en español preguntandoles "¿qué mierda hacés con esa camiseta bobo?", o simil. Motivo de risa para Vero y Sean, nuestro agregado internacional, un canadiense con quien continué viajando hasta la frontera con Tailandia. El sonreía y se consideraba afortunado por haber encontrado a alguien que fuera tan pasional con un deporte, asegurando permanecer con nosotros durante el domingo mundialista. Finalmente se durmió todo el partido.

French canadians, if there´s no maple syrup in it, it´s just not worth the while.

Pero volviendo atrás. El viaje del aeropuerto al sector céntrico fue bastante fácil. Se trató de salir por la puerta principal, caminar unos metros a la izquierda hasta la parada de bus público, rechazar incontables ofertas de taxis que a la vez me aseguraban que el colectivo ya no pasaría, y esperar por unos 40 minutos hasta que el indicado llegara.  Cualquiera que fuera a Little India o Love Lane -palabras que le repetía  a cada chofer de colectivo que se frenaba en la parata- me venía bien.





Ya con información de los hostels que parecían BBB (bueno, bonito y barato, parte de la jerga backpacker), inicié la caza. Cada arribo a un nuevo destino implica siempre el constante y a veces interminable ida y vuelta, a veces por horas, a veces por minutos, en busqueda de ese hostel que cumpla con los requisitos personales de cada uno. Que no sea muy caro, pero que tenga buena onda; que esté bien ubicado, pero no tanto como para aumentar los precios sólo por esa razón. En Penang tuve la suerte de que luego de ver sólo un hostel, me crucé con una Suiza que había conocido en Melaka, y junto a ella, Vero, la argentina. Inmediatamente nos saludamos, ambos inmensamente felices de encontrar un hombro argentino en el que poder reposar las alegrías o penas del partido por venir. ¡Ya me podía quedar en la isla! Luego de largos minutos de charla, y con el dorm de su hostel lleno, Vero me indicó a donde ir si no quería seguir buscando: 75 Travelers Lodge, BBB. Ya eran alrededor de las 10pm y mis ganas de seguir buscando eran escasas, luego de dormir la noche anterior en un tren a Jakarta y pasar el día entero en un aeropuerto. El hostel le hizo honor a las tres B, suficiente para quedarme dos noches.

Hoy, a ya unas semanas de haberme ido de Penang, la verdad recuerdo poco de lo que hice en las 48 horas previas al partido. Una especie de nebulosa se esparce sobre mi memoria. Me acuerdo de unos riquísimos platos de comida india, samosas en el barrio hindú, tres latitas de cerveza por dies ringgit a unas cuadras del hostel, y caminar por el casco histórico de la ciudad. Ahora bien, como llené el tiempo de actividades hasta las 3 am del lunes, no lo se. Hubo, como dije, mucha comida, pero sobre todo, muchos nervios. Quería que el tiempo pasara veloz para que llegara la hora, pero a la vez, sabía que estaba cerca del final; las placas de crónica se venían a mi mente, cuando cada vez luego del último partido del mundial, cuentan los días restantes para el comienzo del próximo. Fui un manojo de nervios durante ese fin de semana, la gente me lo decía, y yo lo percibía. Creo que el no tener contención de más argentinos que una bastante fubtolera compañera me hacían sentir sólo, aislado. Nadie parecía inmutarse por lo que estaba por venir, o más bien, nadie parecía tener noción de la importancia de lo que se avecinaba, la proximidad de tamaño evento. Cada alemán con el que hablaba, apenas movido por lo que sucedía, me hacía dar cuenta de que no sentimos el fútbol de la misma manera. No quiero generalizar al punto de decir que ningún alemán siente como cualquier argentino, sino simplemente recalcar que ninguno de los muchos con los que hablé en esos últimos días se sentía especialmente emocionado. La insoportable levedad del ser. Será que ya se creían victoriosos, nunca lo sabré. (El shuffle del reproductor de música me arroja a Rafaela Carrá y su "Para hacer bien el amor hay que venir al sur". Sin dar explicaciones de porque tengo eso en mi computadora, pretendo sólo comentar que Rafaela está poéticamente de acuerdo conmigo: las emociones fuertes, entre las que encontramos al fútbol, el sexo y el amor, se sienten mejor en el sur, abajo de Alemania, bien abajo y a la izquierda)





Pasó la noche del viernes, pasó el sábado, llegó el lunes a las 3am. Con el mismo horario pero distinto día, como en la letra de "Viernes 3am" de Charly, me quise pegar un tiro. No me explayaré mucho en este tópico, ya escribí el artículo "Maldito Papelito" para explicar lo que sentí en esas duras horas. Después de poner a dormir las emociones, y con una clara resaca post partido -no se cuantas cervezas habré tomado para mitigar los nervios del partido-, decidí irme de Penang. En cada rincón, al doblar cada esquina, me cruzaba algún alemán de los muchos que habían en el bar poniendo esa cara de lástima que tanto me ponían. Y no lo soportaba sinceramente. La ciudad me traía malos recuerdos... me tenía que ir, precisaba una limpieza energética. Acordé con Sean el canadiense en comprar pasaje a Perhentians para el día siguiente.

En mi último en día en la Perla de Oriente, me aseguré de seguir comiendo rico, y de hacer lo que las guías más recomendaban hacer: el "street art walk". Penang es una ciudad muy cultural, muy artística, algo que pude ver aún en el poco tiempo que le dediqué. En las calles, caminando, se pueden ver innumerables intervenciones artísticas, mayormente graffitis que se "comunican" con el entorno arquitectónico, para producir pequeñas y bellísimas obras de arte. Me tomó mas de 3 horas de caminata junto a Diego el mejicano el poder ver el arte callejero del sector histórico, algo a no perderse realmente.

Con el diario del lunes, metafóricamente hablando claro, me doy cuenta que me tendría que haber quedado más tiempo en esta bella isla, me quedó ver el parque nacional, las playas, los templos. Sin embargo, con los recuerdos mundialistas aún a flor de piel, no puedo olvidar lo mucho que necesitaba cambiar de aire. Y bien que hice, acabé yendo a un pequeño paraíso, Perhentians Islands.

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