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¡El mayor logro de mi Vida!

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Debo decir, con una pizca de autocomplacencia y egocentrismo, que no son pocos los grandes logros que he tenido en mi vida. Quizás insignificantes en términos mundiales o sociales, para mi han supuesto un punto de inflexión en mi crecimiento personal y/o emocional como individuo. No pienso de todas maneras explayarme aquí; primero para no caer en un acto de pedantería y segundo para no prolongar la espera de relatar esta gratificante experiencia (y tercero, quizás también, para no descubrir que muchos de esos grandes logros, si los pensara bien, serían ser burdas estupideces).

Hace semanas ya, en Indonesia, mi amiga la rata decidió roer su camino para saborear unas galletitas que se encontraban dentro de mi amada mochila. El resultado fue un círculo de unos tres centimetros, deshilachado, deforme, por el cual hasta el dia de ayer entraba polvo, suciedad, y sobresalía el tubo del snorkel.

Bueno, esto se está demorando mucho. ¡Cosí yo solito la mochila!

Uf, que tranquilidad. Ahora que expulsé catárticamente el quid de la cuestión, el elemento central del relato, puedo tomarme mi tiempo para volver al detalle de la historia. Como decía: rata, mochila, hueco, disconformidad. Así fue que me propuse solucionar el dilema por mi cuenta... pero si, claro, me tomé una prudencial cantidad de días para llevarlo a cabo. En el tiempo que transcurrió entre los delirios de topo de la rata y la costura, logré enumerar los elementos que precisaría esta intervención cuasi quirúrgica:

1- Hilo de coser.
2- Aguja.
3- Algún tipo de parche de tela negra, resistente y de tamaño mayor al agujero. Subitem: parche doble, para hacer la protección aún más fuerte.
4- Valor, temperamento, y voluntad.

El item 2 ya estaba en mis manos con anterioridad: sabiamente, ya desde la patria argenta cargaba con un minúsculo sobrecito con agujas e hilo. Este último se me acabó cosiendo la costura del dobladillo de mi pantalón para trabajar de mozo -bueno, no cosí yo, pero finalmente acabose-.

El item 3 siempre estuvo a mi alcance, pero como dicen las peliculas (leerlo con intento de voz de locutor de HBO de los ´90, o si no sale, con voz de trailer hollywoodense): "A veces lo que más quieres está mas cerca tuyo de lo que crees". El objeto en cuestión era un pantalón negro que traía desde NZ, pero que ya no usaba por ser muy caluroso y cuyos bolsillos estaban rotos. Obsoleto así, terminó siendo cantera de varias cosas que ahora poseo: un botón extra, y dos parches.

El item 1 lo adquirí mientras caminaba por callejuelas de Yogyakarta, con tres amigas españolas que conocí en aquella calurosa jornada de turismo. Pasando junto a una mercería (claro que si, ¡en Indonesia también tienen mercerías!) vi ese... mmm... ¿ovillo? ¿Como será que se le llama al revoltijo de hilos? Bueno, en fin, vi el hilo y lo compré, una ganga. Y maté dos pájaros de un tiro, compré lo que necesitaba, y quedé como un duque frente a mis nuevas amigas. Aunque a decir verdad, no creo que los duques cosan sus mochilas, por lo cual digamos que quedé como un campesino muy hacendoso y simpaticón.

Y el item 4, bueno, va y viene. Poseo las tres cualidades pero en valores variables a inconstantes, dependiendo del humor, el clima y otros elementos coyunturales.

Que suerte que ya conté de qué venía este gran logro, sino no podría haber aguantado la tensión hasta acá.

Finalmente resultó que lo que más demoró el trámite fue el último inciso; fue recién luego de la vuelta de la playa de hoy en Tonsai, que asi sin más y de la nada, resolví que la mochila, la rata, el hilo, la aguja, mis variables emocionales y yo teníamos un asunto pendiente. ¡Hoy era el día! Tomé todos los elementos, salí al balcón, y me puse manos a la obra.

Apenas unos segundos transcurrieron hasta que caí en la cuenta de que había olvidado durante todo este tiempo el item 5 en la lista: conocimiento y pericia. Mi único acercamiento teórico hacia la costura fue en alguno de mis primeros años de escuela primaria, en Plaza Huincul, pueblito en Neuquen, donde sólo recuerdo coser botones. Desde ese momento, siempre tuve al alcance de la aguja a alguien que hiciera la tarea por mi: a veces mi madre, a veces el negocio de la rusa de la calle Borges, a metros de mi departamento en Buenos Aires.

Miré alrededor, y ni mamá ni la rusa aparecían en el horizonte, así que con una eximia e inusual demostración de perseverancia, continué con la labor. Observando los elementos provistos por el kit de costura, vi que esos dos alfileres podrían ayudar a "fijar" el parche a la mochila y así facilitar el ir y venir de la aguja. Y así comencé, zas para allá, zas para acá, una y otra vez -aquí recordé a mi abuela y su dedal... 29 años me tomó reconocer la utilidad de esa gran herramienta-. El parche se iba fijando cada vez más; llegando al segundo vertice recordé subitamente, no se por que, a mi amigo Nicolás cosiendo y explicando que si hacemos esto con el hilo doble, ganamos resistencia en la costura. ¡Gracias Nico! Con mitad de la labor aún por realizar, decidí adoptar la nueva técnica, y vaya si la adopté. Segunda enhebrada -está tomó 4 minutos menos que la primera, voy tomandole la mano caramba- y allá vamos pues. Zas para allá, zas para acá, veloz como el viento, más rápido que mi propia sombra. Miro el lado interno de la mochila, y la realidad me dio un soplamocos titánico: mientras que por fuera se veía todo medianamente aceptable, por dentro había hilo por todos lados, un embrollo que no tenía ni principio ni fin, era simplemente un... ¡hilombo! (Increíble, chiste IN CRE I BLE, recién enhebrado (uffff este también está bueno eh))

Me dolía la espalda, mis dedos estaban tensos, mis ojos brillaban, mi pierna izquierda temblaba por mantener el talón levantado para sostener la mochila, y peor aún que todo esto, mi autoestima estaba por el suelo. Ya no me veía capaz de continuar, los ánimos flaqueaban, esto de coser no era para mí. ¿En qué clase de delirio místico llegué a estar? ¿Como pude pensar que yo podría coser esta mochila de mochilero que duró diez años de viajes?. Cuando creía que no tenía mas fuerzas para seguir, que la rata había al fin y al cabo salido victoriosa, y que no tenía más recuerdos de los cuales nutrir mi aprendizaje in situ, recordé a mi gran y oculto mentor, que silencioso detrás de los genes, esperó hasta último momento para salir de la oscuridad y salir en mi ayuda. Mi padre, quien lo diría, confesó hace años en algunas vacaciones veraniegas en algún lugar de la costa argentina, que el habia sabido ser un gran costurero. La gente se le rió en la cara, se le burló y lo trataron de mentiroso pues, ¿como alguien con esas manos de ingeniero podría ser buen costurero? Como en el final de Star Wars VI, cual Obi Wan, Yoda o Anakin Skywalker, la blancuzca y traslúcida imagén de mi padre se posó sobre la baranda del balcón, y comenzó a ser rodeado por otras figuras: mi madre, la rusa de la calle Borges, mi abuela, y Nico. Todos ellos, sin necesidad de palabras, me miraban y me instaban a continuar, a no abandonar mi cometido, a insistir con el item 4. 

Procurando no pensar en que estaba viendo figuras fantasmales a apenas unos metros míos, e intentando vengar a mi padre, sequé las lágrimas de mi mejilla (mirar fijo mucho tiempo al mismo lugar cansa la vista vio), redirigí la linterna de cabeza (si duro mucho contando esta historia, imaginen lo que duré cosiendo... ¡se hizo de noche!), succioné la sangre de mi pulgar sangrante, y volví a la ardua tarea de remendar mi mochila. Creo sinceramente que ni los niños malayos explotados por Kosiuko habrán alguna vez cosido tan rápida y eficientemente como yo en esta etapa. Tan fluido era mi coser, tan natural y orgánico era el movimiento de mis manos, que las polillas y moscas que volaban detuvieron su vuelo alrededor de la luz de mi cabaña para observarme; las hormigas se peleaban para caminar sobre mis brazos, sobre el parche de tela negra, para contarle a sus amiguitas que habían presenciado ese momento de cerca. Hasta incluso, está seguro no me la cree nadie, una enorme mariposa tomó su celular y se sacó una selfie conmigo de fondo. 

Para ir cerrando la historia, después de algo que pareció durar una eternidad, la costura del parche fue un éxito. Quizás a ojos de otra persona se trate de uno de los peores errores de la humadidad, pero para mi ha sido, verdaderamente, un gran cometido.





No estaría muy errado si aseverara que este, el de la costura de mi mochila, ha sido

¡El mayor logro de mi vida!


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