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el Arte del Volar

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En este preciso instante no estoy completamente seguro de mi ubicación espacial o temporal; tampoco se la velocidad o altura exacta a la que me estoy desplazando; no conozco los nombres ni procedencias de las decenas y decenas de personas que me rodean; todos somos seres anónimos, para expresarlo poéticamente.

Aunque ahora que lo pienso debo retractarme, algo se de mi paradero: asiento 43A, vuelo PR731 de Philippine Airlines, dirección Bangkok a Manila, capital de Filipinas.

Comencé a escribir con intenciones de expresar lo asombroso y aún inexplicable que me resulta volar en avión, y acabé describiendo la no presencia que siento en este momento. Ambos son, al cabo, reflejos de lo mismo: nociones y sensaciones que me genera la experiencia de volar.

Desde temprana edad tuve el placer de poder subirme a un avión, yendo a distintos países de Europa y América con mi familia. Viajé, también, sólo y siendo muy pequeño: viajaba de Cutral Co a Rincón de los Sauces -pequeños pueblos de Neuquen- a visitar a mi papá, que trabajaba en áridos y recónditos parajes de la amplia Patagonia. Acompañado de trabajadores de YPF, era siempre el único niño, que curiosamente no demostraba ningún temor al volar.

Del mismo modo que por aquellos años me erguía sobre el asiento y miraba hacia abajo, admirando la dura y resquebrajada tierra patagónica, hoy me encuentro observando sombras de diversas formas y tamaños sobre el Mar de Tailandia. Las nubes, iguales aquí y allá, son lo único que altera la vastedad del agua. Aún subido a este monstruo alado, hoy un Airbus 330, me siento diminuto, efímero.

Esa sensación de pequeñez no es más que la culminación de lo que se empieza a generar en los momentos posteriores al despegue. Lo real, el mundo tangible del día a día, se vuelve paulatinamente algo más abstracto. La Tierra se vuelve arte: casas, campos de cultivo, ríos, lagos, son ahora parches con texturas y colores que diseñan bellos cuadros, cuyo marco es la ovalada ventana del avión. A veces impresionista, a veces abstracto, a veces cubista, así se siente el "arte volador", o "arte alado" o "arte volátil" (¡no me puedo decidir por un nombre!). Una pintura fija, estática, eterna y casi imperturbable; sólo el sutil desplazamiento de las delgadas nubes cercanas devuelve la realidad. O bien le otorga movimiento al cuadro.

Que curioso, pienso, llegar a sentir esta paz, esta omnipresencia de lo estético, mientras me encuentro subido en una potente máquina que debo confesar nunca logré entender cómo funciona. La teoría la se, pero la práctica no parece adecuarse a mi estrecha lógica abstracta: que toneladas y toneladas de metal y personas no pueden simple y libremente desplazarse por el aire tan gracilmente.

Será entonces que la misma magia que nos hace volar, es la que hace arte de algo tan mundano como lo que vemos día a día, cuando tenemos los pies posados en la Tierra.

"Soy piloto de juguetes, entre nubes voy [...] Cruza el valle, suenas frágil, como yo."

Una vez más el iTunes me sorprende y me elige "Planeador" de Soda Stereo. O será quizás que aquí, entre el arte y las nubes, estoy un poquito más cerca de Cerati.




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