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Forest Monastery Wat Tham Wua, aprendiendo sobre Budismo y Meditación

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Voy a ser completamente sincero: antes de ir a este monasterio nunca antes había meditado. Sólo había tenido cierta idea de hacerlo, meses antes de irme de Argentina, junto con deseos de comenzar con homeoterapia y otras prácticas un poco más lejanas del típico vivir occidental. Por cuestiones de estudio y trabajo opté por posponerlo indefinidamente. Nunca pensé que iban a ser Manu y Pancho quienes me convencieran de acompañarlos a este retiro de meditación Vipassana.

Wat Tam Wua es un monasterio budista perdido en las montañas del noroeste tailandés. A una media hora de Mae Hong Son, a casi tres de Pai y unas cuantas más de Chiang Mai, es un lugar muy conocido entre los locales, que cotidianamente se acercan en busca de palabras del "Abbot" (otra palabra que no recuerdo en español... es el monje de mayor importancia dentro del recinto), o para permanecer allí por unos días. Está presidido por Ajahn Luangt, que junto a 7 otros monjes, son los encargados de organizar el lugar -junto a los voluntarios y los visitantes como yo- y proveer enseñanzas de Budismo y meditación Vipassanna. Porque de eso se trató este retiro: inmiscuirse de lleno en la cultura budista, en sus reglas y costumbres, sus tradiciones y sus vicisitudes, y también en aprender sobre meditación, pilar fundamental de esta religión-modo de vida.





Todo empezó con la van que salía de Pai en dirección a Mae Hong Son. Luego de unas horas de viaje, el chofer detiene el vehículo y nos avisa que habíamos llegado a destino. Un enorme cartel de madera al costado de la ruta indica que hemos llegado a "Forest Monastery Wat Tham Wua", y que nos restan 1.3km de caminata hasta llegar al templo. Nos calzamos las mochilas al hombro, y galletitas y garrapiñadas de por medio, nos encaminamos al ascetismo. Llegamos aproximadamente a las 10.30 am, horario en que, ya nos enteraríamos, la estricta agenda indica que es tiempo de meditar. Asi fue que en el templo principal encontramos a unas veinte o treinta personas vestidas de blanco, sentados con las piernas cruzadas sobre unos almohadoncitos en el suelo. Detrás de ellos, al fondo, una tarima en la que se ubicaba un gran buda dorado, con un altar con fotos enmarcadas, y a la derecha, los monjes meditando. Silencio absoluto, sólo la naturaleza se hace oir, y nosotros sin saber qué hacer. Rápidamente se nos acerca una voluntaria y nos empieza a hablar en buen inglés; nos da la bienvenida e invita a sentarnos y registrarnos en un cuaderno de visitantes. Nos muestra un cartel donde se leen los horarios de las distintas actividades diarias, y ante el comentario de que venimos por tres días y que no tenemos experiencia en esto, nos acerca unas carpetas con explicaciones de todo tipo. La carpeta es una especie de cursillo de iniciación en el modus operandi del lugar: qué hacer y qué no hacer, que reglas de respeto se deben seguir, como comportarse en el monasterio, como tratar con los monjes y en presencia de Buda, horarios de meditación, recreación y almuerzo, etc.

Unos minutos después, apenas leídas unas pocas páginas, un monje comienza a hablar a través de un micrófono y momentos después, la meditación termina. Nos informan que es el horario del almuerzo. Asi fue que almorzamos junto al resto de la gente, para luego ir a aposentarnos en el enorme Kuti donde dormiríamos las siguientes tres noches, en colchones de apenas unos dos o tres centímetros posados sobre el suelo de madera, y con una pequeña y rígida almohada. Los días de budismo, meditación y ascetismo comenzaban. No más abundante comida, cerveza, shakes, WIFI o recorrer lugares. Ahora era cada uno consigo mismo, en un entorno que bien podría ser visitado como un lugar turístico: montañas, un río, lagunas con peces, cuevas, verdes pastizales y enormes árboles selváticos.

La agenda diaria es estricta y se repite día a día, que ya para el tercer día se tornaba levemente tedioso. No logro imaginar una vida entera vivida de este modo; pero los monjes, creo yo, no deben poder imaginar una vida entera a mi modo, nuestro modo. Cinco a seis horas diarias de meditación grupal, repartidas en tres "sesiones" de casi dos horas cada una, más una hora y media de meditación individual a la madrugada, y dos horas más por la noche. En cada sesión grupal, un monje explicará en inglés y tailandés sobre la disciplina del budismo, y sobre técnicas o recomendaciones para la meditación. El primer día uno se siente perdido, sin saber qué hacer, simplemente copiando lo que hacían los experimentados; ya después, por lo repetitivo de las actividades, todo se vuelve natural. En las meditaciones diurnas, las dos primeras, se comienza con unos minutos de escuchar al monje, seguido de los tres tipos de meditación, en este orden: caminando, sentado y acostado. La primera es la menos complicada: a paso lento, todos en hilera recorriendo los parques del templo, caminamos y debemos concentrarnos en nuestros pasos, en cada parte del cuerpo que se mueve al dar cada paso; cuando pisamos con el pie derecho pensamos en "Bud", con el pie izquierdo es "Dho". Del mismo modo, cuando se medita acostado o sentado, al inhalar se piensa en "Bud", al exhalar en "Dho". Estas sílabas no se oralizan, no se dicen hacia afuera, se las "piensa", mientras a la vez nos concentramos en la respiración. Se supone que con el tiempo, con la experiencia, uno debe lograr focalizarse en eso y nada más; el punzante dolor en las rodillas por estar más de media hora sentado, las ideas que nos vienen a la mente, se deben erradicar. Como si fueramos arañas en una telaraña, cada vez que nuestra mente se va hacia otro lugar, como cuando la araña va en busqueda de una mosca que cayó presa en la red, debemos volver al centro de ella, a nuestro cuerpo, a nuestra respiración.

La meditación requiere de mucha tenacidad, concentració y claridad. No es fácil no pensar en... algo; no es simple dejar la mente en blanco. Son pocos los momentos de concentración pura que he tenido; pero aún así, siento que el estar en un entorno tan tranquilo y armonioso, y estar horas y horas pensando en mi cuerpo, en mi respiración, en mi, han hecho un buen trabajo sobre mi persona. Difícil cuantificarlo u objetivarlo, pero la tranquilidad emocional que se logra es indudable.

Más allá de la dureza de las extensas horas de meditación, la agenda sigue siendo muy rígida. Desayuno a las 7am, arroz y verduras. Almuerzo a las 11am, sabroso y abundante, con arroz, verduras de todo tipo, noodles, currys, y frutas. Todo vegetariano, la carne esta terminantemente prohibida. De 12 del mediodía a las 7 de la mañana de la jornada siguiente, no se debe ingerir ningún tipo de alimento; sólo se permite agua, te o café. O sea que básicamente uno se pasa la mitad del día con hambre. De cualquier manera, el haber estado sólo tres días en este tipo de dieta hace que mi cuerpo no se haya llegado a acostumbrar; se por gente que hizo esto por diez o más días, que el organismo eventualmente se acondiciona a esta ascética vida.

Luego de la meditación, luego de comer, o pensar en no comer, quedan horas de libertad para pasear, conocer el lugar, leer uno de los tantos libros que posee la biblioteca del templo. Eso si, de 15 a 16hs se supone que uno debe ayudar en las tareas de la "casa"; sin nadie que obligue, sin ningún monje que mire mal o apunte dedos, todos elegimos alguna tarea a realizar. Normalmente la gente toma una escoba y barre el templo, los pasillos del mini barrio del monasterio, lava platos u ollas, etc. Manu, Pancho y yo nos hicimos cargo de la alimentación de los peces en las dos lagunas que tiene el recinto. Esto incluía cortar frutas y verduras y luego alimentar con esto a los peces.

El templo está abierto los 365 días del año, y es de entrada libre y gratuita; uno opta por donar lo que quiere, desde nada hasta toda la plata que se quiera, o comida. No piden nada cuando entras, no piden nada cuando salís; te reciben con una sonrisa de oreja a oreja, y te despiden con elogios, cordiales saludos, y la misma sonrisa del principio. No hay que avisar antes de llegar ni tampoco hay que llevar nada. Simplemente se arriva con deseos de conocer y aprender, de encontrar lo que uno busca. Mientras se está aquí se debe usar ropa blanca, que es otorgada por los voluntarios del lugar. Como se ve, es un lugar muy libre, abierto a todo aquel que se quiera acercar. No preguntan sobre la religión de uno, y no intentan imponer nada; promueven incluso la coexistencia del budismo, más práctica de vida que otra cosa, junto a cualquier otra religión. Por otra parte, diferente a otros retiros en monasterios budistas, aquí no es obligatorio permanecer un mínimo de días, ni se debe guardar silencio absoluto; recomiendan asistir por al menos durante tres jornadas, e intentar no hablar mucho, ni ser ruidoso, y no usar aparatos tecnológicos. Si se quiere permanecer en absoluto silencio, uno puede colocarse una credencial de "Silent but happy", y los compañeros sabrán que uno quiere estar sólo, tranquilo, y feliz. Como todo, esta en cada uno ver cuan estricto se quiere ser.

La gente dentro del monasterio eran de todo tipo; en su mayoría occidentales, con algun que otro local. Sólo un día, un domingo, vino un enorme contingente de Mae Hong Son a meditar y buscar consejo de los monjes. Pero el resto de los días, eramos estos tres latinos, cuatro rusos, muchos ingleses, un francés, un yanqui, una canadiense. Algunos hablaban todo el tiempo y parecían no querer estar ahí; otros estaban en completo silencio y comen alejados del resto; un inglés tenía siempre el cartel de "Silent but happy" pero hablaba y gritaba de cualquier modo; algunos lograban meditar largo y tendido, sin interrupción; otros, como yo, estaban recién empezando e intentaban descubrir día a día de qué trataba todo esto.

El templo, así, me pareció un lugar casi mágico que enseña cosas que no se aprenden en ningún otro lugar que haya conocido hasta este momento. Recuerdo momentos allí y se me dibuja una tímida sonrisa; recuerdo el sonreir y las palabras de Ajahn Luangt, y casi me tiento de risa; recuerdo la imagen de Manu y Pancho, vestidos de blanco, enmarcados por las montañas, caminando hacia el horizonte y vestidos de blanco, y me sale una carcajada.

Aún hoy intento tener algún que otro momento de meditación, algo muy difícil compartiendo habitación con más gente y moviendose todo el tiempo. Tengo todavía el collar de Buda y la pulsera que me dio y bendijo el Abbott antes de mi partida. Y tengo todavía ganas de volver a hacer esto, quizás en Myanmar, Laos, o sino, quien sabe, ¡será en Argentina!


INFORMACION UTIL:

. Desde Pai, la mini van cuesta 150 baht, el ticket se saca en la terminal. Sólo una empresa hace el recorrido. Se debe ir en dirección a Mae Hong Son, y conviene avisarle a la cajera y al conductor que uno quiere ir a Wat Tham Wua. Es un lugar muy conocido en la zona, asi que probablemente lo conozcan.

. Para volver, basta hablar con alguna de las voluntarias del lugar, que te ayudan en llamar a las vans o combis locales para que te recogan y te lleven a destino. Nosotros fuimos a Mae Hong Son, nos costó 70 bahts y nos pasaron a buscar por el templo.

1 comentarios:

  1. Hola muchas gracias por tu reseña. Estuve estudiando budismo tibetano y haciendo un par de cursos y retiros en Dharamsala, India. Hogar del Dalai Lama. Si aún estás interesado en conocer más o lo que sea, te recomiendo esa ciudad. Voy a ver de ir a este monasterio en unas pocas semanas. Gracias de nuevo y felices actuales y nuevos viajes.

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